martes, 14 de junio de 2011

Tres cosas que me gustan (de momento) de 'El ala oeste'

1

Que la cámara se mueva constantemente por los pasillos de la Casa Blanca. Las puertas a menudo están abiertas y cuando se cierran lo suelen hacer en nuestros morros, realzando (por contraposición) esta idea del espacio abierto. Se dispone así una coreografía en la que todas las piezas se mueven: la cámara y los personajes. En cierta manera, tiene el espíritu de un musical: la palabra, el texto de Aaron Sorkin, adquiere la dimensión de una canción.


2

Que, pese a esa voluntad de fundirse con el espacio (la Casa Blanca), la serie no sea tan rígida y dogmática como para no permitirse salir de allí. Me gusta que en la primera temporada la divertida relación entre CJ Cregg (secretaria de prensa) y el periodista Danny se dibuje únicamente en sus encuentros en ese edificio y que no se muestre el único encuentro que tienen fuera. Pero me gusta también que la serie no se aferre a la premisa de moverse dentro de la Casa Blanca. Por eso me gusta el capítulo del viaje en avión (The Portland Trip) y una de las ideas que allí se apuntan. Preguntado sobre por qué el avión despegó de noche, el presidente responde que es maravilloso sobrevolar el paisaje a oscuras, desafiar las normas que dicen que se debe aprovechar el día, que es romántico. Otro (estancado en la escritura creativa de un informe) añade que un viaje así es poético. Finalmente, el presidente reconoce que salieron de noche porque antes tenía una reunión; pero que hubiese sido hermoso que fuera tan sólo por el primer motivo. Esa idea de la posibilidad, de cómo la excepción abre la puerta a lo poético, a lo creativo, me pareció bonita. Además, en cierta manera se adecua a la serie, que, encerrada habitualmente entre las paredes de la Casa Blanca, sale excepcionalmente para sobrevolar el paisaje nocturno.


3

Que pese a su posado de serie de guión, en la que la épica se construye sobre una frase o un diálogo, cuide lo visual. Un ejemplo pequeño: al principio de la segunda temporada, Toby va a ver al presidente después de haber metido la pata; el presidente no lo quiere atender así que sale del despacho y su ayudante se inventa una excusa; la cámara sigue al presidente desde el interior, a través de las ventanas, hasta terminar en Toby, que lo ve y se da cuenta así que le han mentido, que no lo quieren ver.



… y 4

Que Leo McGarry –alcohólico, mano derecha del presidente y jefe de todo el clan de personajes que se mueven por esos pasillos y estancias abiertas– le cuente a Josh –su ayudante, traumatizado después de haber vivido un tiroteo en primera persona– la siguiente historia:


Un tipo cae en un agujero y no puede salir. Por ahí pasa un médico. El tipo le pide ayuda y el doctor escribe una receta, se la tira en el agujero y se va. Luego pasa un cura. El tipo le pide ayuda y el cura le escribe una plegaria, se la tira y se va. Finalmente pasa un amigo. El tipo le pide ayuda y el amigo se tira al agujero. “¿Estás loco?”, pregunta el tipo. “No”, dice el amigo, “he estado aquí antes y sé cómo salir”.

jueves, 9 de junio de 2011

Uno para todos y todos para ninguno


No recuerdo cuándo fue. Ni siquiera el color de las camisetas. Pero sí lo que pasó. En plena retransmisión de un partido de fútbol por Televisión Española, un jugador cayó en el área rival. El comentarista saltó como un resorte: ¡Es la jugada polémica del partido! ¡Voten en nuestra página web: ¿es penalti o no es penalti?!

Genial. Resulta que ahora, un señor que se supone que cobra para comentar es incapaz de definir si es o no penalti. La verdad debe someterse a votación y la conclusión depende únicamente del aficionado. Este hecho pone de manifiesto la necesidad del periodismo (y más el deportivo) de encontrar un método para maquillar su parcialidad (la responsabilidad queda en manos del espectador y no del periodista). Y, sobre todo, una forma perversa de democracia.

Ya no son necesarios los especialistas, tampoco los dirigentes, pues basta con una encuesta. Quizá esta sea la consecuencia de instaurar las jornadas de puertas abiertas, de internet, donde todos comentamos y opinamos sin responsabilidad alguna y a menudo desde el anonimato. No sería de extrañar que, a la larga, las decisiones importantes las dictara una maquinita (como esa de los billetes de la Renfe, que a menudo se avería; o como el contestador de Hacienda, del que nunca sé qué botón apretar). El espectador (o el ciudadano) marcaría su respuesta, la maquinita haría números y el mundo se regiría por una encuesta.

No sé por qué, pero acabo de pensar en Idiocracy.