domingo, 10 de julio de 2011

Misery exploitation

La mayor parte de las películas que vi en la sección oficial de Karlovy Vary siguen un patrón similar: se agarran a personajes marginales y a situaciones exageradamente dramáticas, ofreciendo un exhaustivo catálogo de miserias. Por el festival ha pasado una madre de alquiler que se ve obligada a hacer cine porno para pagar el tratamiento de su hija enferma de cáncer; una chica cuya madre no le da cariño porque prefiere centrarse en la hermana deficiente; un chico con problemas para andar; una niña que debe aprender a vivir tras los abusos de su padre; un hombre que perdió a su hija; una hombre que quiere vengar a su esposa, violada por el vecino…


Parecería que basta con elegir un tema duro para hacer una película. Mi pregunta, a menudo, suele ser: ¿qué aporta el director en todo esto? Tengo la sensación de que algunos realizadores explotan a sus personajes para que estos les hagan todo el trabajo, los meten en el lodo cuando ellos permanecen en la superficie, y no dudan en meter el dedo en la llaga. Esa es su especialidad. Detrás de estos filmes no hay una idea cinematográfica; ni siquiera una exploración profunda de la miseria.

jueves, 7 de julio de 2011

Back on the road

Algunas ideas sobre Road to Nowhere, el regreso a la dirección de Monte Hellman después de veintidós años:

1. Ayer entrevisté a Monte Hellman. En un momento, pensé en Tsai Ming-liang y en los planos largos de Road to Nowhere y comencé a enumerárselos: la secuencia en el túnel, en la que la protagonista se adentra en la oscuridad; el momento en que ella se está atando lentamente los zapatos; la escena en que un trabajador de una empresa de seguros con pinta de cowboy recorre el pasillo de un hotel en un plano largo… Hellman asintió: “ese último plano está hecho pensando en Tsai Ming-liang”.

2. Tengo la sensación de estar ante una película libre, que no le teme a la complejidad (Lynch ya no está solo) y no duda en ir más allá de la manida idea de filme dentro de otro filme. Arranca de forma poética, con tempos pausados, sin diálogos; se sumerge en la comedia; vira hacia el terror; mira a los ojos de lo trágico; y en realidad todo es un filme noir.

3. (No lean esto si no la han visto, o como quieran). Hay un momento especialmente mágico en la película. Con dos cadáveres en la habitación, disparados a quemarropa, Mitchell Haven, director de una película titulada también ‘Road to Nowhere’, se levanta del suelo y agarra la cámara. Graba los cuerpos y, antes de dirigirse a la ventana para grabar a la policía, vemos el contraplano de una de las tomas, en las que se puede ver todo el equipo del filme, el equipo de el Road to Nowhere de Hellman. La película se sitúa constantemente en esa complejidad del filme dentro del filme, pero es en ese momento cuando la idea crece definitivamente. Me parece un momento equiparable al del final metafísico de El tiroteo con el rostro del protagonista descubriéndose a si mismo como el enemigo.

En la secuencia de Road to Nowhere, la policía le pide al director que baje el arma, cuando el realidad lo que sostiene es una cámara (disparar y rodar, dos conceptos unidos por una misma palabra, shoot, que es justamente la que da título a El tiroteo, The Shooting). Me gusta mucho también la textura que Hellman confiere al filme: los coches de la policía, borrosos tras el cristal; la piel sedosa de la actriz en el último plano. ¡Todo resulta tan onírico! Más propio de un trabajo en celuloide cuando el filme está hecho en digital.
4. De vueltas con Tsai, el plano final del filme, sobre la fotografía del rostro de la chica, me recuerda al plano largo de la mujer que llora en Vive l’amour. Pienso en el plano del llanto de la mujer en Vive l’amour o en el retrato de Maggie Cheung en Clean o en la misteriosa mujer morena de Mulholland Drive. Creo que en cierta manera en el filme de Hellman está la idea de crear un retrato femenino. Pienso también en Los materiales, en esa idea de hacer un filme sobre el proceso creativo.
5. La película comienza con el plano detalle de un CD, en el que está escrito, en rotulador, el título, Road to Nowhere. Pienso en este plano y luego en el del celuloide quemándose en Carretera asfaltada en dos direcciones: dos ejercicios en torno al soporte, en torno a lo material, en torno al cine en su sentido más físico.

domingo, 3 de julio de 2011

¿Quiénes son estos?: Una cosa que no me ha gustado de ‘El ala oeste’

Me parece algo absolutamente dramático que, llegados a un punto, una serie de televisión cambie de manera tan drástica que el espectador no alcance a reconocer a los personajes que lo han acompañado hasta el momento. Se supone que uno de los trucos de la serialidad es ese rollo tan manido de que los personajes son como de la familia o que cada martes (o el día que sea) se cuelan en tu casa.


Ya sé que hace tiempo que El ala oeste terminó, y supongo que en su momento los fans estarían hechos una furia y que no digo nada que no esté en los foros, pero… la serie murió con la desvinculación de Aaron Sorkin. Los personajes son de su autor y, sin Sorkin, esos señores que aparecen en mi televisor con el rostro de Josh, C.J. o del presidente Bartlet son otros. Ahora, los que entran en mi casa cada martes no son más que extraños.


Veo más de Josh Lyman en el loco del Facebook de La red social que en el tipo de los últimos capítulos de la serie. Por lo visto, los personajes han dejado de hablar rápido y de soltar réplicas brillantes en un segundo; ahora (en algún punto más allá de la cuarta temporada) lo que se estila es el monólogo. Pero, sobre todo, lo que más duele es ver como las charlas en los pasillos con la cámara siguiendo a los personajes como una culebra han dado paso a un sencillo plano contra plano.

Ah, otra cosa que en su momento sí me gustó de El ala oeste es la idea de que el presidente del gobierno sea Martin Sheen, un actor que pesa en el recuerdo sobre todo por su papel de rebelde en Malas tierras (hay un momento en la serie en que se nombre justamente el título original Badlands). En aquella película de Terrence Malick, interpretaba a un joven basurero que termina convertido a la vez en un bandido y en un mito. Al final, Malick lo muestra esposado y rodeado de policías que anhelan cualquier objeto suyo, pues lo consideran una auténtica leyenda. También me gusta que la primera dama sea Stockard Channing, la chica mala (pero buena) del instituto de Grease.



Lo bello y lo hoy


Había estado en Praga antes y recordaba sus edificios, sus callejones y sus piedras. Esta vez, sin embargo, me he dejado sorprender por todo el verde que rodea la ciudad y por los árboles y pequeños parques que la ocupan; una naturaleza que subsiste al ajetreo turístico; a la invasión de personas, pero también de altavoces que reclaman atención de distintos establecimientos o de letreros que pretenden dejar claro que ahí, y sólo ahí, podremos encontrar lo más auténtico de la ciudad.

Un amigo comentaba una vez que en el plano de lo estético no se le puede reprochar nada a la naturaleza, siempre acertada a la hora de crear y juntar colores y texturas; que es el hombre quien lo estropea, construyendo sin ton ni son, perdiendo el gusto por lo bello. Lo dijo en el sur de Argentina, rodeado de montañas de árboles rojizos, picos nevados y pastos dorados.

En el coche hacia Karlovy Vary, una señora me explicaba que se trataba de un pueblo encantador con una única mancha: en la época comunista habían construido un enorme hotel justo en el centro, a orillas del río. Según ella, dicho inmueble no hacía más que estropear tanta belleza.

Lo cierto es que el hotel en cuestión rompe con el tono general del pueblo, pero sus grandes ventanales resultan prácticos y cómodos para poder apreciar ese encanto al que se refería mi compañera de viaje. Su arquitectura desprende tanta historia como las casas con estatuas por columnas (que de lejos parecen de juguete) o las glorietas de hierro forjado que se pueden ver en algún rincón del pueblo. En Karlovy Vary hay tres capas: la naturaleza que lo rodea, la arquitectura señorial y ese bastión de la era soviética. Oh, y hay una cuarta: los letreros removibles, las carpas instaladas para la ocasión y los reclamos dispuestos sin ningún tipo de criterio. He aquí la huella de lo contemporáneo en el pueblo. Por lo visto, nosotros estamos aportando estructuras frágiles y perecederas, que, para colmo, parecen empeñadas en tapar, disimular y anular, cualquier vestigio de la historia.