jueves, 5 de enero de 2012

“No estamos solos en este mundo”

No pude resistirlo, el otro día le pregunté a Béla Tarr por los animales. Por el gato de Sátántangó, pero también –y sobre todo– por el caballo turinés y por la ballena de Armonías de Werckmeister. “No estamos solos en este mundo”, dijo él.


Me gusta la dimensión mítica que adquieren los animales en su cine: la ballena que llega a una comunidad cerrada, a un pequeño pueblo húngaro y, como si se tratara de un platillo volante, quiebra silenciosamente la normalidad del lugar; el caballo que, con su decisión de no moverse, parece anticipar lo que vendrá a continuación. En esta composición mítica resulta capital la puesta en escena. The Turin Horse se abre con un primer plano del caballo (imaginen, un rostro animal en una gran pantalla); Armonías de Werckmeiser se adentra en el misterio con el plano detalle del ojo de la ballena. Tarr no necesita jugar al simbolismo, se basta con el plano, con el encuadre, para otorgar a los dos animales esa dimensión mítica.


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