lunes, 24 de diciembre de 2012

La vida de Oz


Finalmente, la niña Dorothy de El mago de Oz descubre que siempre pudo volver a casa. Porque el viaje que emprende hasta un mundo de hombres de hojalata, leones que hablan y brujas buenas y malas representa la toma de conciencia por parte del niño. Igual que el mundo de Donde viven los monstruos de Spike Jonze define el momento en que el niño protagonista se da cuenta de que se ha equivocado y que desea volver junto a su madre ("there's no place like home", como susurra Dorothy). En ambos casos hay un viaje y un universo que pertenece a la imaginación y a lo anímico.

Victor Fleming dibuja la distancia entre el Kansas natal de Dorothy y el mundo de Oz a través del uso del color: la granja está filmada en blanco y negro y con un tono polvoriento, que parece salido casi de la pluma de un Steinbeck; el sueño, en cambio, es una explosión de colores y de escenarios propios de un filme de dibujos animados.

 

Pienso en El mago de Oz en relación a la reciente La vida de Pi de Ang Lee, en la que se narra el viaje y la supervivencia de un niño, en un barco abandonado en medio del océano y con la única compañía de un tigre. Quien cuenta esta historia es el propio protagonista, que, ya adulto, es entrevistado por un escritor. Lee se encarga de filmar los dos espacios principales del filme de manera distinta: la aventura en alta mar posee colores vistosos, brillantes, irreales; la cocina del protagonista, donde está mientras habla con el periodista, se muestra de forma más simple, sencilla, real.

Lee plantea un relato sobre la fe y, de paso, sobre el poder de la imaginación y de la narración. Al final de la narración, el protagonista insinúa que no viajó con un tigre, sino que cada uno de los animales del relato corresponde a una persona (la madre, el cocinero del barco, etc). Lo mismo ocurre en El mago de Oz, cuando, al final de la película, Dorothy ve al hombre de hojalata, al espantapájaros y al león en el rostro de sus amigos y familiares.


La vida de Pi aprovecha la distancia entre el realismo y la imagen digital para definir justamente la parte de la película más irreal, más cercana al cuento. Los colores del cielo y del mar no pretenden resultar naturalistas, sino que corresponden a la imaginación.

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